Cofradía

El hombre intuye que la multiplicidad de hombres es una falsía,
y que rige una compleja magia en esa cifra que lo calma y que lo hostiga.
Los días y las noches habrán de advertir las mismas leyes,
y el universo ensimismado ya no recuerda
a quien corresponde cada suerte.

Disfraces de lo que el griego soñó bajo el elemental cielo
en sus tardes de pesquisa y noches de misterio.
Poco importa la brutal cronología,
poco también la vanidad de los nombres,
y de las patrias que vieron nacer y alimentaron,
a esa cofradía que son los hombres.

Hugo, Baudelaire, Darío, Lugones,
Shakespeare, Homero, Martí, Safo,
No mejores ni peores que los ausentes de esta nómina,
Comprendieron que sus suertes eran una sola y compartida,
conversar con la luna de la noche y de la vida,
enamorarse del silencio y de todo lo que habita,
en la furiosa encrucijada de vigilias que se odian y se estiman.

Y así el poeta venidero va volviendo siempre al cero,
va moldeando su mirada para que encaje en el espejo
de la luna, del otoño, de los bosques y del fuego.
Va tramando sin saberlo su regreso
hasta el arquetípico y último y primer,
verso amanecido que dio inicio
a la punzante cofradía y a sus normas:
Mirar y ser mirado,
que al fin y al cabo es la misma cosa.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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