La patria.

¿Qué fue del honor y la bravura
que tiñó de febo a aquellos hombres,
que en la íntima y cruda voracidad de las batallas,
escribieron con su sangres las solemnes páginas,
de esa historia que los años han llamado Patria.

¿Y qué de aquella valiente y precursora gesta,
criolla, miliciana y profética de La Reconquista y la defensa,
que abatió a las indignas columnas de rojas bayonetas,
que en la estela de su huída dejaban imborrable para el león una leyenda:
El horizonte está escampando y en el alba ruge férrea Independencia.

Y ese primer tiro que dio inicio a la secuencia de proezas,
Suipacha, Tucumán, Ayacucho y Salta,
San Lorenzo, Chacabuco, Maipú y Riobamba,
inmortalizadas en la viva brasa de los pueblos: La memoria,
son insignias que nos devuelven nuestros rostros cubiertos de polvo y de gloria.

Y después y con los cadáveres aún tibios
sobre las ciudades, las costas y los labrantíos,
esa otra suerte de batalla más encarnizada que es contra el espejo,
el derecho natural y último y primero: Ejercer la libertad,
ese dédalo infinito hecho de hielo y fuego.

Pero detrás de la rígida máscara que ostenta
los nombres, las batallas y las fechas,
ahí está la hermosa patria perfumada por los soles,
las singulares historias que construyeron tus mayores
más allá de tu ventura y de si fueron héroes o traidores.

La patria es la suma de tus días
y lo que cada uno de ellos atesora en su centro: dicha o agonía,
En su historia te aguarda incondicional una página perfecta,
que los ojos que gobiernan tus sonrisas, tus instantes y tus penas,
sean dignos de ser atesorados a lo largo y ancho de ella.

¿Qué fue del honor y la bravura y del coraje de esos hombres?
Fueron sin dudas los bastiones de esta hermosa y dulce suerte,
que llevamos bien adentro y bien ardientes
de nuestros corazones: Blancos y celestes.

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