De princesas y lunas.

Luna:

Has desarrollado tu álgebra de un modo perfecto. Un susurro libre de palabras… Apenas un cruce de miradas habrán sido tus rectas y bisectrices. Por eso eres el símbolo de la intimidad. Por la oscuridad que te rodea y la nostalgia del que te mira y te adora. Me has regalado un milagro secreto (Yo no sé porque siempre estoy volviendo a Borges) que deberé atesorar en silencio. No podré reproducirlo nunca jamás, ni siquiera en las concéntricas esferas de la prosa o del verso. Ni siquiera en el diván de la ingenua terapeuta que pretende descifrar, esa otra álgebra profunda y compleja: Mi mente. Pedir a la luna un milagro es ejercer un desesperado acto valiente. Uno pide un milagro porque sabe que éste no será concedido. Los milagros no existen en las mecánicas calles de la tecnología. Pedir un milagro es vestir por instantes las ropas del Fausto… Y elevarse dulcemente hasta el cielo para luego caer sin reparos a la doliente página del Dante. Dulce luna de plata, por algo tu piel lleva el color de una furiosa cimitarra. Por algo ocultas una cara en el anverso del universo. Una perversa cara que ríe y se alimenta del atroz sufrimiento. ¿Pero qué puedo reprocharte a ti, antigua luna sincera? Si tal vez me has concedido este milagro secreto, para librar a mi alma de sus pesadas cadenas. Si tal vez el milagro es un cociente irreductible, in simplificable, “el punto final de los finales, sin dos puntos suspensivos”. Un fiel espejo que no pueda mentir. Cumpliste tu cometido… Trajiste sus verdes ojos hasta mis líneas sinceras y ardientes. Le diste vida a una página que no encontrará memoria ni sueño donde anidar: sólo un cajón revuelto y perdido en la era digital. Trajiste sus ojos, y con ellos el reflejo de lo deseado y perdido. Trajiste sus ojos fríos y ausentes, desaboridos. Alguien o algo les ha robado su brillo: Quien tiene la dicha de tomarle la mano, no ha descubierto aún el mundo que existe detrás de sus labios. ¿Será tu mensaje luna de oro? ¿Será mi misión? ¿Cómo te lo explico altiva cicatriz blanquecina? Sus ojos vinieron pero sólo a blasfemar una línea de hierro. ¿Cómo te explico errante brasa sin dueño? Que los tiempos verbales son para mí tajantes manifiestos. Tiempo y espacio me rigen… la dulce primavera que fue, y la incierta que promete y no se deja ver. Tú me susurrarás, preciada guardiana del alba, que el desencanto no es cruel cuando repite la forma de agua pasada. Y yo te diré con iracunda dulzura impotente, “Pensé que tu magia traería unas ganas diferentes”. Yo no sé si es rencor, dolor o atroz indiferencia lo que hoy motiva sus ojos. Pero sí sé que su venida fue como siempre: Distante e hiriente. Sólo a ti te lo confieso, pues sé que tu brillo guarda íntimos retazos de lágrimas ajenas… Sus ojos son tesoros incluso para el que ya ha naufragado en su belleza. Luna preciada, puse en tu ermita de oro una carta salada y tu a cambio me has entregado apenas un sorbo de agua salada. No te lo reprocho, no es tu culpa mi pena… No te lo reprocho, no es tu culpa mi pena. Vino a dejarme apenas una caricia de hielo. Alguna vez seré parte de su olvido…, y eso es algo justo, ético, pretérito, supuesto, conocido. No lo sé mi luna… Aún así estoy confundido. Sé que no persigo los pasos de una soñada Simone de Beauvoir, ni que mi pluma alcanza los tobillos de aquel que sangró Intimité. Pero aún siento que me piensa y que en parte también adolece la espera. ¿Será cierto mi luna de acero?... Veremos, ya lo veremos. “Porque aunque hoy hayamos perdido la señal, yo sé que ya nos veremos en algún otro lugar”. ¡Soy un poeta! Soy su poeta, fiel y encadenado a la luz de su estela. Consumo las palabras, las rimas, los versos. Consumo todo lo que tengo y lo pongo a sus pies de princesa. Mi insomnio, mis noches, mis tardes, mis subtes, mis libros. Furioso como el fuego trepando los leños, voy sangrándole caricias que yo sé podrán anular la distancia y el tiempo.

Luna: Sé que tienes razón. Sé que Al final… las noches alcanzarán la cifra de hierro: el furioso cinco y los dos neutrales ceros, y con ellos… el “con dios”, y con ellos un invierno tranquilo calmando el ardor. Lo sé. Lo acepto. Pero mientras tanto, te hago un pedido: Unas ligeras cosquillas en su noche de sueño, un recuerdo, acaso si se puede perfecto, una dirección, mis líneas, mis versos, este blog.

Hay un universo de cosas que se miran,
otro que se duelen, y otro que se olvidan.
La incierta saeta surca los cielos de noches y días,
de un lado está el amante perdido,
del otro el que invoca y conversa
con la nostálgica luna.

Prestáme tu voz (apenas por un rato)
prestame tus labios para poder entregarte mi canto,
léelos, en silencio, susurrándolos…
El verso susurrado es más profundo que el pronunciado (¿Lo sabías?)
quizás si Venus y Marte se miran
puedan teñirlos de una magia perfecta
y los conduzcan al centro de tus noches en vela.

¡Pero Hay! (suspiro),
y ya comienza a endulzarme tu voz (tu susurro)
ya puedo ver tu cara de seria atención (preciosa)
tus pupilas abiertas, tus cejas fruncidas,
tu boca que juega acaso nerviosa, inquieta,
una incipiente revolución en tu cuerpo y en tu alma despierta…
!Que fracasa! ¡Las revoluciones fracasan mi amor! (¿Tampoco lo sabías?)
Tu mente reprime la invitación y el viaje (¡Y con razón que lo hace!)
las princesas de oro no suelen perder la cabeza
por poetas errantes hechos de polvos y hambre, (¿O sí?)
el negro no rima con tu dorado preciado,
el dorado rima sin dudas con el insípido azul,
princesa no rima con poeta noctámbulo,
princesa de oro rima tan sólo con príncipe azul.

¿Pero por qué no puedo hacerte llegar toda mi hambre,
si la poesía refleja lo que atesoran mis venas?
¿Por qué no voy a pensarte,
Si al hacerlo mis letras encuentran su perfecto aquelarre?:
alfa y omega,
la luna y el sol,
el amor y el color,
el perfume: libertad y prisión

Elijo un estilo que nos es ajeno,
yo no sabré escribirlo, y tu no sabrás leerlo,
forzaré las rimas y forzaré los versos,
para dejar en cruel evidencia,
la indiferente carne y el oscuro silencio.

Porque ni aunque todas las voluntades de la tierra,
comploten en una mítica ecuación pretérita,
podré yo robarle la pluma a Darío,
y regalarte una poesía que ajusticie,
el dulce brillo de tus ojos
cuando son soñados por los míos.

Pondré toda mi sangre y todas mis letras,
pondré todas mis ganas y todas mis penas,
pondré todo mi arte a merced de un deseo:
Qué tus ojos de oro despierten un día,
y te protesten furiosos la ausencia
de mis cálidos besos,
sobre tus tristes heridas.


Suspiro, recuerdo unos peldaños a la luz de la luna,
una sonrisa, un te quiero, un adiós, tu rubor, tus nervios,
tu reacción, tu felicidad, tu dolor…
la distancia, la imposibilidad,
tu mano ocupada, un pasado tiempo verbal,
otro inquieto suspiro… una dulce resignación,
!el dulce consuelo!: esta poesía es una noche menos,
ojalá no falte mucho para oírte decir “Aquí estoy”,
u ojalá no falte mucho para que me oigas decir “Adiós”

Puedes llamarte a silencio,
puedes seguir cualquier sol,
puedes clickear en la x,
o puedes llamarme,
aquí estoy.



Estoy exhausto mi luna de oro. El reloj me persigue como el feligrés a su santo. Me apura lo burdo, lo trivial, lo que consume los días de un pobre mortal. Pero también me apura un milagro, una suerte, una mirada de oro y verde cristal. Me apuran sus ojos, sus piernas, sus manos… Me apuran sus ganas despiertas antes que vuelvan a andar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

que necesitas?
decime,
besos.