Verde

No tengo el oro ni el dorado. No, hoy tengo el verde oscuro que reina en la profundidad de la tarde. Este aroma justifica el día que ya ha comenzado a declinar. Y no es el costo sino la plusvalía lo que endulza. Es el arte de mirar y pensar la disciplina. La escritura de estas líneas es innecesaria. O tal vez no. Quizás sirvan para que alguien alcance a despertar. Tal vez su destinatario no sea otro que su autor adormecido en un tiempo futuro. Tengo el verde oscuro que respira la tarde. El verde enaltecido por la oscuridad que se avecina. El verde sensible del jardín, y el verde inteligible de un color. De una categorización sin rumbo que me existe. Pero tengo el verde y eso tal vez me calma la incertidumbre de vivir. Tengo el verde Yerba mate y su melódica tradición de compartir. Del campo y de la barbarie, del fuego antiguo que aún continúa asombrándome y seduciéndome. Tengo el verde iris en el recuerdo de unos ojos de mujer. Tengo el verde en la piel de una manzana, en un par de zapatos que ella lucía para mí. Tengo el verde en la figura de un naipe con autoridad, tengo el verde en un uniforme guerrillero y en las selvas que le sirven de escenarios. Tengo el verde en las duras y pesadas hojas del nogal que caen irremediablemente. Tengo el verde en la elegía del nogal y mi abuelo. Tengo el verde en la cubierta de un libro que no frecuento habitualmente aunque debería. Tengo el verde del silencio coloreado por la tarde. Tengo el verde del jardín cuyos senderos se bifurcan. Tengo el verde arquetípico que también tuvo Heráclito. Tengo el verde entropía y eso justifica todo. El verde jardín embellecido por la cárcel de cemento. Respiro el verde perfecto que sabiamente se comienza a oscurecer. Caen unas gotas de lluvia y me llega el verde aroma. Pinto inteligiblemente las paredes del cuarto enrocando humedad por belleza. Re-organizo. Someto todo a su profunda certeza. Coloco el volumen de Clausewitz junto a los de Kotler y Lambin, los aparto. Le agradezco casi llorando esa gentileza. Se precipitan las gotas. Acepto la melodía y sospecho un cambio brutal. El verde se va con la tarde. No enciendo un cigarrillo, el humo es mi musa y ciertamente me distraerá. Los pájaros han cesado de cantar, ahora buscan refugio presurosos. Tal vez sea esa la última caricia que recibiré de esta verde tarde y jardín. Los pájaros buscaron refugio, se han escondido en la profundidad de los árboles. Me invade la tristeza, el verde se fue, así de pronto se fue. Como un beso robado, o un te amo susurrado recíprocamente por dos que se aman, el verde me ha revelado el principio básico de la entropía. El verde me buscó y me obsequió este tesoro marginal, su piel, su textura, su profundidad. El verde me ha resuelto una parte de la ecuación tal vez arquetípica. No es el costo lo que atesora la verdad, la rima sagrada, entropía y plusvalía, me fueron revelados por este verde libertad.

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