Un insulto a los dones.

Quizas entre los dones silenciosos,
existan estos que hoy pretendo,
yo que ignoro tantos años y dinastías,
yo que insulto en versos,
que pretenden ser poesías.

El olor a tierra húmeda,
y la primer gota que cae en mi mejilla,
la sonrisa de una niña,
y la primer mañana en Alejandría.

El nogal que me cobijó de niño,
y que me aguarda quizás en otra vida,
las gratas palabras de un anciano,
que aún conservo y conmemoro.

Los valores que me han impuesto,
y los contrarios que he descubierto,
los cumpleaños y sepelios,
la soledad y la compañía.

Los recuerdos de una madrugada,
entre mates, sábanas y besos,
el sol bendiciendo desde la ventana,
y la luna exiliada por el tiempo.

El templo de la calle Puan,
y el bunker del conocimiento,
las ideas expresas en cuadernos,
y la pertenencia en lo que creo.

Otra mañana en una iglesia,
y la caida del misterio,
cruz que llevo desde ese invierno,
cruz que llevaré hasta el infierno.

Las calles que se han tendido,
o que he sabido tender para mis pasos,
la cornisa de una noche frente al fuego,
y las llamas que han sabido consumirme.

Las revoluciones y el mes de octubre,
las consecuencias y las causas,
le vez que he negado unas monedas,
en un tren de Buenos Aires.

El espejo que me muestra tan distante,
la incongruencia entre mis labios y mis actos,
cierto orgullo por la mirada de mis ojos,
y la redención de encontrar asentimiento.

1 comentarios:

nathalie dijo...

que buena obra, y hace mucho tiempo que no te leia, bienvenido de nuevo. saludos